martes, 12 de noviembre de 2013

El Acequión revive (Otoño de 2013)

Charca en el fondo de la Laguna del Acequión surgida tras un periodo de lluvias abundantes (10/11/2013)

Tenía que verlo con mis propios ojos. Me habían llegado noticias de que la antigua y desaparecida laguna del Acequión había resurgido de sus cenizas y se había encharcado gracias a las lluvias del año hidrológico ya concluido. Además quería comprobar sobre el terreno la presencia de una represa en su lado noreste. A través de la consulta de visores geográficos observé que la laguna había sido delimitada artificialmente, especialmente en la orilla mencionada, apareciendo una construcción con contrafuertes cerrando el vaso lagunar que tenía todo el aspecto de una presa. Como en anteriores visitas no había pasado de los alrededores de la "isla" ubicada al suroeste de la laguna, tenía curiosidad por dicha obra hidráulica.

Tras preparar la noche anterior el equipo fotográfico, una vez vencida la pereza inicial y concluir las tareas domésticas pendientes, me dirigí la mañana de un domingo luminoso hacia el paraje del Acequión. El lugar, además de ser un lugar de importancia para la historia de los humedales de Albacete, tiene un indudable interés arqueológico al situarse en la parte oeste de la laguna un poblado amurallado de le Edad del Bronce sobre una motilla o "crannog" (isla artificial).

Abandonando la carretera de Barrax y tomando la cañada de La Gineta, fui bordeando la orilla norte de la laguna siguiendo el polvoriento camino hasta un cruce donde pude dejar el coche al margen del mismo.

Cómo no. Mientras estaba bajando la mochila con el equipo fotográfico, vi cómo se acercaba un todo terreno lentamente. "Ya están aquí" -pensé- y, efectivamente, a mi lado se detuvo el coche del vigilante jurado. Me adelanté a la jugada y le comuniqué la intención de mi visita, que no era otra que hacer fotos de la laguna. Al guarda jurado le pareció convincente mi explicación y me pidió que no estuviera mucho rato porque "espantaba la caza y a los dueños no les gustaba eso". 

Tras la breve conversación me dirigí hacia la laguna por el camino apenas esbozado, viendo por el rabillo del ojo cómo se alejaba el todo terreno lentamente. Más tarde comprobé que se había situado lejos pero de forma que podía controlar todos mis movimientos.

Me dirigí a la franja blanca y ondulada que se observaba en la lejanía, indicio de la presencia de la represa buscada. Pude comprobar durante el camino que las orillas de suave pendiente se alternaban con otras más abruptas, donde afloraban en hileras a distinto nivel rocas calizas parecidas a las observadas en los bordes de las lagunas kársticas. Más tarde, en la orilla sur, observé las mismas formaciones, algunas de una potencia considerable. Dichas formaciones constituían indicios claros del origen natural de la laguna. A mi paso, y sobre todo a la altura de los majanos, salían volando torpemente las perdices. Estaba espantando la caza pero no lo hacía deliberadamente.

Al llegar a la represa observé su aspecto y los materiales empleados para su construcción. La obra parecía relativamente reciente pero, al existir en su inicio un muro de piedra sin labrar que apenas levantaba unos centímetros del suelo, probablemente fue levantada sobre otra anterior. Al atravesar la represa comprobé que la depresión lagunar continuaba fuera de ella, por lo que deduje que se había levantado para ganar terrenos a la laguna y protegerlos de posibles inundaciones. También comprobé la existencia de un profundo canal de paredes de piedra que llegaba hasta un pequeño puente y, tras él, continuaba en un canal de tierra abierto. Por la disposición topográfica, probablemente fuera un canal que drenaba alguna fuente y llevaba sus aguas a la laguna.

Una vez finalizado este recorrido inicial, me dirigí a la orilla sur, pues quería comprobar la existencia de área encharcada de la que me habían informado.

Sin perder de vista la motilla donde destacaban altos chopos y una franja de tarays con colores otoñales, como Quijotes y Sancho Panzas en la llanura, pasé al lado de una arboleda enmarañada del invasor oriental cultivado antaño, el "árbol del cielo" o ailanto (Ailanthus altissima). El camino me llevaba al acueducto y la caseta del motor de bombero situada al pie del mismo, ambos en desuso. Me acerqué a ver y comprobé que había agua a poca profundidad en el pozo de bombeo. Tras atravesar el arco del acueducto, comprobé con satisfacción que había una hermosa charca que se extendía por la orilla sur, desde las proximidades del yacimiento arqueológico hasta el límite marcado por la casa en ruinas.

Rodeada de una franja de cardos (toba o cardo borriquero, Onopordum acanthium) en el entorno más seco y elevado, el perímetro exterior de la charca y las aguas más someras se hallan cubiertas por juncales de junco churrero (Scirpus holoschoenus), estando las aguas libres tapizadas por un verdín constituido probablemente por lentejas de agua, signo de eutrofización de las aguas. A destacar la presencia de una buena masa de espadañas (Typha sp). Además de las palomas ¿torcaces? posadas en el acueducto y en las ruinas, pude observar y fotografiar una pareja de pequeñas rapaces en rápido vuelo que mi amigo Rafa identificó como cernícalos vulgares (Falco tinnunculus) y escuchar el canto de alguna gallineta común (Gallinula chloropus) que no dio la cara.

Por último visité la casa ruinosa, conocida de otras visitas, situada en una pequeña elevación desde la que se observa la totalidad de la laguna del Acequión. Los muros de carga, de tapial en hiladas, reforzados en las esquinas, y con revestimiento (muro posterior), los encamado con viga de madera y caña atada con soga de esparto, las tejas de barro cocido que cubrían la cubierta hundida, el muro lateral derruido, que no ha aguantado el paso de los años y el abandono, la estructura del edificio, su disposición interior, los colores, las formas y los materiales, son motivo de admiración y de curiosidad para un lego en la materia como yo. Acercándome a la fachada principal compruebo que sobre la casa original se construyó una primera planta tal como indican las tejas embebidas en el muro, probablemente para albergar a una familia creciente. El pozo cercano y el abrevadero de piedra situado un poco más allá, aliviarían la sed de personas y ganado.

Satisfecho por el botín de fotografías y observaciones que me llevaba, abandoné el paraje con la promesa de volver en un futuro no muy lejano. Por el camino soñé con una recuperación del lugar y su entorno, no sólo natural sino también el construido. Una conjunción de patrimonios, natural, arqueológico y cultural, que no deberían dejarse perder para las futuras generaciones.

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